Sí, tenía que suceder… tenía que retomar el ejercicio que comencé hace ya seis años, cuando me decidí abrir este blog.
Por qué hoy y por qué ahora, pues no lo tengo muy claro. Pero sé que tenía que comenzar a escribir nuevamente.
Lo traigo en la cabeza desde hace más de tres años. No sé por qué he peleado tanto contra mí mismo a pesar de que más de una vez, he estado a punto de agarrar la pluma cibernética y comenzar a escribir toda clase de ideas y reflexiones.
La muerte de mi padre, mi jubilación, mi separación y posterior divorcio, la salida y la llegada de varios gobiernos, mi desesperanza, mis alegrías muchas y varias, mis planes y mis perspectivas, mis inquietudes, mis errores, mis enojos, mis frustraciones, mis fantasías, mis miedos.
Todas grandes oportunidades para reflexionar y reiniciar a escribir, y escribir y volver a escribir, hasta convertirlo en un trabajo de por vida.
Quizás el tener frente a mí el mar de Oaxaca fue el catalizador final. Quizás.
Cuando comencé a escribir tenía dos estilos que me inspiraban, el de Jorge Ibargüengoitia, extraordinario escritor mexicano cuyos libros de cuentos y novelas son de lo mejor que he leído en mi vida.
La otra fuente, el otro estilo, el de German Dehesa, mucho más pedestre que el de Ibargüengoitia, pero cargado de un pragmatismo y de una forma tan amena y tan cercana, que sin duda siempre sentí que escribía para sus amigos más cercanos entre los cuales estaba yo.
Tristemente, nunca conocí a ambos.
Así que aquí estoy otra vez, con mis letras, con mis anhelos y con la esperanza de poder decir algo que trascienda, algo que ayude a alguien en algún momento, algo que le arranque una sonrisa a otro alguien más.
¿Perduraré en mi tarea y en mis afanes? No lo sé. Hoy pienso que sí. Que debería.
Hay tanto que decirnos, tanto que contarnos, tanto que entendernos, tanto que mostrarnos, tanto que aceptarnos, tanto que acercarnos. Tanto tanto.
Zipolite, Oaxaca, agosto 10, 2021